Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 14 de junio de 2014

Juan Pablo II un Papa deportista (1 de 2)


“También lo han llamado “el atleta de Dios” y, sin duda, Karol Wojtyla también será recordado en la historia como un Papa deportista. Cualquier otro Pontífice, a lo largo de los siglos pasados, se distendía cabalgando a todo galope o jugando a los bolos en el estupendo parque de Castelgandolfo. Pero nada más. Es por eso que Juan pablo II ha sido hasta ahora el único sucesor de Pedro que ha practicado fútbol, natación, canotaje, esquí y alpinismo.

Tenía diez años cuando en el patio del oratorio de la parroquia de Wadowice, su pueblo natal, a 60 kms de Cracovia, comenzaba a jugar al fútbol, en su rol de portero.

Sus compañeros de escuela lo habían apodado Lolek, y a decir, verdad, también era hábil. Sobre todo valiente, si consideramos que en aquella época los niños polacos – que eran bastante pobres – no calzaban botines especiales para jugar al fútbol como se hace hoy, sino que usaban calzado de montaña, a menudo con clavos, y no era de extrañar que el pequeño Karol, por detener los lanzamientos y soportar el peso del adversario, regresara abatido a casa de mamá Emilia y del papá, severo oficial del ejército polaco, que no le reprendía, pero le recordaba que también con patadas y golpes de tibia recibidos haciendo deporte podía templarse el carácter de un joven polaco.

 Los doce años, Karol descubria las maravillas de la natación. Le fascinaba la idea de estar y competir en el agua, pero no era fácil pues en aquella región de Polonia el mar quedaba muy lejos, total ilusión para aquellos jóvenes que debían aprender a nadar en los ríos. Y no era sencillo, porque las corrientes eran fuertes y se sabe que el agua dulce no sostiene a los nadadores. Pero el tenaz muchacho aprendió en poco tiempo la técnica de brazas largas y respiro al ras del agua.

No solo eso, sino que además desafiaba, a bordo de una canoa artesanal, evitando con pericia los cientos de peligros que caracterizan un curso de agua de esta naturaleza.
Ya más tarde, cuando frecuentaba el instituto, comienza a descubrir la fascinación por la montaña. Sentía por aquellas altas cumbres de Polonia una especie de veneración. Se quedaba horas admirando, soñando quien sabe qué cosa. Al presentársele la primera ocasión se unió a un grupo que partía hacia la cadena de los montes Tatra, aquellos que marcan los límites entre Polonia y Eslovaquia, maravillosos picos rodeados de bosques de pinos. Aprovechaba las vacaciones de agosto para trepar, a menudo solo, por los ríspidos senderos, hasta llegar a la altura de los 2499 mts del monte Rysy, desde cuya cima admiraba un panorama imponente. Al fondo, el lago Morskie Oko, que los polacos llaman “ojo de mar”.

Al joven Karol le gustaba pescar precisamente allí, en soledad, envuelto en sus pensamientos juveniles y en sus meditaciones, que ya prenunciaban la futura vocación de sacerdote.


Continuó practicando todos estos deportes de sacerdote, párroco y finalmente obispo.
En 1967, la noticia que el Papa Pablo VI lo  había nombrado Cardenal lo encuentra a bordo de su bote. La llamada al Cónclave interrumpió la práctica del esquí, que había visto como aquel joven y vigoroso Cardenal cargaba sobre su espalda un par de viejos esquíes para deslizarse velozmente por las pendientes de nieve que circundan Zakopane, la Chamonix de los polacos, donde las extensiones de manto blanco se pierden a la vista del ojo humano.

Desde joven había aprendido a descender como una gacela de invierno, a lo largo de aquellas pendientes peligrosas, jugando al slalom entre los centenares de pinos, casi desafiando la naturaleza por la que, sin embargo, sentía un respeto sagrado. Hasta fines del invierno de 1978 no hubo temporada invernal que no lo hubiese visto esquiar por las pistas de los montes Tatra.

Ya como Papa, Juan Pablo II, durante unas vacaciones en Adamello, literalmente dejó boquiabiertos al entones presidente Pertini, que espraba cualquier cosa enos ver a un Papa convertido en esquiador excepcional. El jefe de Estado se acerco y le dijo: “Felicitaciones, Santidad,  debo confesarle que he quedado impresionado al verlo correr así sobre la nieve”; Karol Wojtyla, sonriendo, le respondió: “Señor Presidente, ¡soy hijo de las montañas!”.

Este extraordinario amor por las altas cumbres, lo caracterizó a lo largo de su vida. De joven fuerte e infatigable, y de anciano, ya al acercarse el atardecer, a menudo secretamente, se hacía acompañar a las montañas no lejanas a Roma y se quedaba allí en su sillón, inmóvil, admirando aquellas rocas que en cierto sentido le recordaban las de su tierra.”

Franco Bucarelli – periodista RAI – Vaticanista
(publicado en Totus Tuus Nr. 7-8 julio/agosto 2007)



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